Cada vez abundan más, pero la imagen que tenemos de ellos suelen ser bastante mala. Muy pocos se han atrevido a preguntarse por los problemas que sufren cada día,
Hasta el nombre con el que solemos conocerlos suena despectivo. “Segurata”, en lugar de guardia o vigilante de seguridad. Se trata, sin ninguna duda, de uno de los sectores profesionales que peor consideración tienen entre la sociedad, entre sus compañeros, entre sus contratantes y entre sus clientes. Para los policías, son unos esbirros de las empresas privadas que les han arrebatado parte de su poder; para la mayor parte de la gente, el brazo blando de la ley, falsas figuras de autoridad cuyo trabajo lo podría hacer cualquiera.
En definitiva, señala una nueva investigación publicada en el 'European Journal of Criminology', pocos sectores encajan mejor que el del agente de seguridad en la definición de “trabajo sucio”. Como explica “Doing 'dirty work': Stigma and esteem in the private security industry”, es uno de los trabajos más estigmatizados, en cuanto que la suciedad de su trabajo abarca tres dimensiones: es una suciedad física (a menudo deben interactuar con personas peligrosas en situaciones de peligro), sociales (porque “necesitan comportarse de una forma servil con sus empleados y clientes”) y moral (porque su sector los percibe como una vergüenza para la profesión).
Es innegable que es cada vez más común que en los Estados democráticos modernos, las agencias de seguridad privadas cumplan parte del rol que en el pasado era detentado por la policía. Sin embargo, y como recuerda la investigación, “la industria de la seguridad privada opera en un contexto en el que la gente aún espera que la seguridad sea proporcionada por el Estado”. En esa situación, los vigilantes privados son los encargados de llevar a cabo el trabajo sucio que el sector público no quiere o piensa que no le incumbe realizar.
Los investigadores descubrieron que las conclusiones de dos trabajos diferentes realizados en Suecia y en Inglaterra tenían muchos puntos en común. Fuesen los agentes de seguridad británicos que trabajaban en un centro comercial o en unos estudios de televisión o los suecos que guardaban el cuartel de policía y se preocupaban de que no se 'okupasen' edificios vacíos, sus preocupaciones eran universales. Y, en muchos casos, pasaban por el desprecio que supone provenir de ocupaciones “mal pagadas, de clase trabajadora”.
¿De qué sirve mi trabajo?
Uno de los participantes recuerda que su compañera Agnes no podía dejar de pensar en “la gran diferencia entre trabajar como policía o en seguridad”, especialmente en lo que concierne a la actitud de la gente. “Me he vendido, simplemente hago el trabajo por el que el cliente ha pagado” era la frase que repetía una y otra vez. Muy a menudo, asegura el estudio, los vigilantes de seguridad tienen la sensación de que su rol no es proteger a la gente, sino las propiedades de sus clientes. Algo que se acentúa cuando la empresa les exige“mirar hacia otro lado” cuando, por ejemplo, ven a un camello enfrente del centro comercial que protegen, ya que deben limitarse a aquello por lo que le han contratado.
Por otra parte, muchos tienen la sensación de que ni ellos ni su empresa son capaces de proporcionar el servicio por el que les pagan: “Adapt Security engaña a los clientes cuando dice que 'responde a las alertas de robo'. No se trata de arrestarlos. Solo vas a asegurarte de que el daño no sea aún más grave”. En respuesta, muchos de ellos hacen más de lo que se les exige para cumplir tanto las expectativas del cliente como las suyas propias: “Una percepción adicional es que la industria de la seguridad es moralmente dudosa porque vende una ilusión de seguridad”.
Me miran de arriba abajo
Es algo que hemos visto en incontables situaciones. Una persona, no necesariamente anciana, se acerca a un agente de seguridad y le pregunta dónde están las latas de tomate, los rollos de papel higiénico o los congelados. Ocurre continuamente, y es algo que hace que se les lleven los demonios. No sólo eso, sino que también les confunden con trabajadores del parking o encargados de información.
“Una señora se ha acercado a Hussain preguntándole por ropa de mujer, moda europea en concreto, y le ha preguntado dónde está la tienda”, explica uno de los testimonios. “Otra le hace una pregunta: '¿eres de seguridad o de información?' Hussain, como la mayoría de sus colegas, sonríe y le responde de la manera estipulada: '¿cómo puedo ayudarle, señora?'”
Eso, en el mejor de los casos. En el peor, no dejan de recibir muestras de desprecio, ya que “el trabajo de seguridad es considerado por algunos como de baja cualificación y trivial, un empleo que no requiere ninguna formación y que por lo tanto es adecuado para los inútiles”. Cuando la seguridad privada externalizada debe rivalizar con la interna, como ocurría en el centro comercial Fantastical Shopping, estos últimos desprecian a los primeros como “leprosos”, el término que utilizaban para referirse a ellos.
A veces, simplemente, se les agrede. “Los agentes de seguridad del estudio sueco reportaron incidentes donde no solo habían sido amenazados, sino que les habían arrojado objetos, habían reventado los neumáticos de sus coches y habían roto las ventanillas”. Hay una historia particularmente sangrante, en la que los vigilantes desarmados de una fábrica cerrada fueron atacados por varios drogadictos; uno de ellos fue alcanzado en el pecho por un dardo. La policía, por su parte, solo entraba en grupos de tres y armados, una diferencia de criterio que le llevó a quejarse a sus superiores.
Ilegalidad e inmoralidad: el pan nuestro
Ser agente de seguridad implica, entre otras cosas, alternar con gente peligrosa o de entornos desfavorecidos: prostitutas callejeras y sus clientes, yonkis, borrachos… En concreto, señala el estudio, controlar la prostitución “invoca sentimientos de peligro, disgusto y fascinación”. Uno de los trabajadores, por ejemplo, explica cómo las prostitutas utilizaban el garaje donde trabajaba para acostarse con sus clientes. Su compañera Agnes le explicó “una vez que había pillado a una prostituta y a su cliente en mitad del acto, y más tarde cuando abandonaba el garaje, el hombre se cruzó en su camino forzándola a dar un volantazo y estrellándose. Estaba convencida de que este comportamiento tenía como objetivo asustarla y que no informase a la policía”.
Otro párrafo define bien la naturaleza del peligro al que algunos han de enfrentarse: “En la reunión Tony pasa por el conjunto más reciente de imágenes dando información sobre cada persona. La mayoría son de violadores. Tony empieza con los de 'riesgo bajo' y termina con los de 'riesgo alto'. Señalando a una imagen, explica: 'Esta es de aquí. Vive en el barrio y toma drogas. Se sabe que es agresiva con la policía y la seguridad: los escupe'. Cogiendo otra, dice: 'Esta tiene problemas mentales. Se mete las manos en las bragas, hurga ahí y te pone las manos en la cara. Nadie quiere tocarla”.
En muchas ocasiones, no obstante, los agentes de seguridad intentan ganarse la confianza de estos personajes. A veces, deshaciéndose de los elementos que harían desconfiar (“los guantes negros, la porra, las esposas”); otras, ofreciéndoles su protección.
Hay que servir a alguien
¿Para quién trabaja un agente de seguridad? En realidad, para muchas personas que para más inri, tienen diferentes intereses y exigencias: sus superiores, sus clientes y otras fuerzas de seguridad. Aunque lo que coincide en todos los casos es que deben centrarse en servir al cliente, especialmente a un nivel emocional: “Deben sonreír o ser educados y suaves durante las interacciones”. Como explica un agente de seguridad de la productora Entertainment Studios, “debes sonreír las 24 horas de los siete días de la semana y no siempre te apetece, especialmente cuando te quedan 12 horas por delante”.
Algo a lo que hay que añadir los previsibles abusos laborales, como la compañía que multa a sus trabajadores si no se presentan al menos 10 minutos antes de que empiece su turno. Además de, como es previsible, que toda iniciativa personal sea amputada, lo que resulta en sentimientos de frustración y degradación: como explica Kigali, que dejó pasar al edificio a un tipo que no tenía pase y que le amenazó porque iba a llegar tarde a una reunión (y que en realidad era un inspector): “Me preguntaron '¿por qué le dejaste entrar?' Le respondí que 'porque llegaba tarde y utilicé mi criterio'. Me dijeron: 'No uses tu criterio. Limítate a seguir las reglas'”.
Los desprecios son habituales, como le ocurre a uno de los agentes de seguridad de la comisaría, que fue respondido con mala gana por dos abogados a los que les pidió la identificación. “Siempre son así”, explica en el estudio. “Ya sabes, son abogados, piensan '¿tú, jovencito, me vas a dar lecciones?'”
Somos buena gente
Un ambiente tan opresivo provoca, lógicamente, que los agentes de seguridad diseñen inconscientemente diversas estrategias para hacer el ingrato trabajo más llevadero. Muchos de ellos intentan explicarse por qué terminaron ahí, generalmente después de ser despedidos de otros trabajos mal pagados y de bajo nivel. Así que es habitual que hablen de sus sueños de futuro, tanto dentro como fuera de la industria; por lo general, no se sienten “definidos por su trabajo como agentes de seguridad”.
En otros casos, les gusta compararse con sus compañeros para recordar que no cualquiera sirve para el puesto. Milo, por ejemplo, dice “no sé por qué la gente piensa que los agentes de seguridad son tontos. Había un artículo en 'News of the World' que decía que somos estúpidos. ¿Por qué? Tenemos contables y estudiantes entre nosotros”. Otro de ellos, por ejemplo, recuerda que “hay muchos que han trabajado durante quince años y aún no valen”.
Muchos agentes de seguridad se identifican con figuras paternas. Uno de ellos, por ejemplo, explica que “somos como papá: cuidamos del edificio y de la gente en él. Nos aseguramos de que todo está bien”. Otro asegura que sabe cuándo los mendigos del edificio que protege están mal: “Nunca miro por encima del hombro a esa gente, los respeto a todos mientras ellos me respeten. Llevas uniforme y te sientes como su padre. Se comportan como críos”. Y, en algunos casos, les gusta comparar su trabajo con el de los policías, con el que comparten muchas de sus contrapartidas, pero muy pocas de las ventajas.